martes, 30 de octubre de 2012

Furtivos

Insesiblemente piensas
la noche profunda aprieta
con la locura de un adios
y esa despedida atróz que quema

Mañana bajo el difunto sol
apararece la temprana melancolía
y rigurosa será la vida
si el silencio se hace melodía

Empecinado en bendiciones pasajeras
no existe un cielo sin pena
los amantes furtivos se besan
cuando la imagen es la única idea



lunes, 29 de octubre de 2012

El río manso



Estaba llegando a ese instante en que quiero olvidar y todo se vuelve en contra y uno recuerda minuciosamente todo, absolutamente todo, hasta lo que uno nunca vivió.
El viento, la piel fría, la sombra inmóvil, el placer de la costumbre, el marchitar del crisantemo, el río manso, el sueño postergado, la vigilia de una espera fructífera, la desolación de un momento, la esperanza fugaz, el rencor hecho carne, la lluvia bailando en el espejo, el mate amargo, las consecuencias, el sujeto y el predicado, el temporal, la espuma de la costa, la novela que espera el roce, el placer casi perverso de despejarse, el atardecer bajo los viejos robles, los posibles errores proscritos, el puñal, el dedo que late en su corte profundo, la tristeza de toda la vida, la caricia sutil en la mejilla, las uñas perfectas de una madre, la casa en silencio, el dinero perdido, lo que nunca se entenderá, el museo vacío, las distancias que dan claridad, la palabra arriesgada como la realidad, los héroes derrotados, el silencio que grita bien fuerte, todos los invitados, otro cuerpo que era indispensable destruir, los instituciones desnudas, la tempestad, el merecimiento implícito, la simultaneidad azarosa, tu mano, los ojos bien abiertos, el labio partido, la fragilidad mutua, la cara pálida, el eco, un amor y el momento exacto.
Empezaba a anochecer. 


jueves, 25 de octubre de 2012

El viejo

Abrió lentamente sus ojos y posó su vista, desentendido, en el cielo raso descascarado por la humedad. El último sol había tendido un sueño profundo en todos los habitantes. Todos quisieron evitar el encuentro, algunos no lo lograron; las cenizas se suspendían en el aire pálido. Llegó. El viejo estaba cansado, un día después encendió un cigarro a escondidas y recordó la última mirada de su padre y el choque violento. 

Sus pensamientos dulces y atormentados. Aunque no lo quisieran se merecía en el final (omitiendo errores menores) amor. No lo supo, pero la crueldad siguió luego. A pesar del aire bullicioso, el alma del viejo observaba preocupado al jardinero que golpeaba sus manos hasta el cansancio, intentando destruir la rigidez de la tierra y lograr plantar unas pequeñas semillas de amapola o un cadáver anciano.

En el último viaje, en cambio, el viejo apareció con un hombre desconocido en el pueblo. No hablaba ningún idioma y su mirada asustada recorría lentamente el lugar.  Desde ese entonces, cuando el viejo salía por unos tragos o recorría a pie los prados rodeado de animales silvestres y se le preguntaba por el hombre desconocido el con un sutil desgarro al hablar (el color de su voz se apagaba) expresaba que era  "el Silencio".

Era una  verdad indiscutible y así en esa pronunciación escueta se lo describía de la forma más perfecta. Era un tipo flaco, alto y oscuro. Tenía la mandíbula como punta de flecha, así de lisa, filosa, incierta y hosca. Sus dedos eran alambres. En las noches profundas su cara se asemejaba a un lobo salvaje de los países nórdicos.

La casa se inundaba. Se iban varios, cada tanto o cada tan poco a veces.  Al principio (entre apuros) aquel rumor podía parecer entretenido, pero de forma subterránea había algo distinto, algo fuerte como una tristeza tal vez. Comenzaba despacio hasta apoderarse del viejo por entero. La desconfianza se afianzaba más rápido que lo habitual. Era capaz de pasarse horas así, mirando a la nada y pensando en todo. Al fin del día quedaba tumbado sobre el piso, empapado de sudor, y se dormía allí mismo. El hombre desconocido se acercaba sigilosamente, apoyaba el revolver en el suelo de forma tal que no implicara ruido sobre la madera y le echaba encima una manta descolorida y lo observaba hasta que también se hacía en él carne el sueño.

No duró mucho esa vida porque con el viejo no había cosa que durase demasiado, lamentablemente. Los instantes de sucumbir fueron siendo menos esporádicos. Por un momento parecía que había sido solo un mal tiempo, pero no. La última semana fue todo un dolor. El hombre desconocido nunca existió. Antes era un tiempo de nitidez y ahora el reloj corre a toda marcha. Nunca estuvo ni nunca estará. El viejo esperaba ver las nubes en el jardín del asilo. De más está decir que lo recuerdo como si fuera hoy. Creo que hoy vienen visitas. El perro vio una mosca verde e intentó morderla. El viejo con esfuerzo lo sujeto del collar y le acaricio la cabeza. Lo tranquilizaba y se tranquilizó.
 




martes, 23 de octubre de 2012

Despedida

Una noche se dejaron. Ella quiso llorar y pensó incluso en finales. Él sintió el fuego interno y la decadencia. Se derrumbaron un par de puentes, un viejo olivo y el futuro crepitó. Allí hay espera y garúa.


jueves, 18 de octubre de 2012

No tuvimos otoño

Despertar invadido por el olor a pan tostado. La manteca que pierde su rigidez de heladera e ingresa a la miga caliente. Levantarse del colchón del piso con la ropa arrugada. Vos cayendo desde las alturas de tu cama con esa cara de perro mojado y esa boca siempre amenazante. Las cosquillas brotarían por doquier. Él y yo conteníamos las risas. Cada tanto uno se vencía (dejándose amar) y brillaba una sonrisa que iluminaba la habitación del campo. Nos damos un beso polar o en su defecto de pez globo. Habría que vivirlo ya que no existe la cura. La carne era fresca. Sus mates éxtasis. El frío y el calor. La paciencia. El té con miel cuando aún seguíamos dormidos o con dolor de garganta. Un almuerzo. El campo florido. Saber que sos mi única verdad. Sabes que sos mi única verdad. Y mentíamos pero simplemente por temor al amor. Paradoja imperdonable. Escuchábamos el agua. El interior presente. Green lover al dejar fluir al amigo fiel. Un baño abandonado. Una cocina abandonada. Un abandono. Allí se engendran futuros sapitos (entre algas y moho). Acá Liniers. Yo de Belgrano. Él de una linda localidad. Sufro tu ausencia. Recuerdo colores de morón. Maquinándome como si fuera tan divertido. Hielo, agua, botella. Te traje una sorpresa. Un corazoncito y el universo. Sobre la oreja de ratón descansa un bicho bolita. Alto ahí: te estoy viendo por la mirilla del olvido. Patas para arriba y patas para abajo. Ser traslucido. Ser misterioso. Y si se avivara (repetir hasta el infinito y el cansancio). Felicitaciones: un moderno quilombo. ¿Y usted que piensa? Como si me entendiera. Ahora somos extraños. Hablemos, cara a cara. Solo vos y yo.

viernes, 12 de octubre de 2012

La pareja idílica en caía libre

Eventualmente, quizás la determinación venga más adelante. Si se consigue uno se sentirá reconfortado y listo para creerse listo. Ahora es momento de sentarse a disfrutar lo que disfruta el cuerpo: el sexo alocado y sin escrúpulos. 
Alice manipula, bajo la arena ardiente, a su ingenuo novio Luc para que cometa el crimen a sangre fría, como prueba de su amor. A él le apasiona de manera extraña la realidad y la ficción. Juego perspicaz. Pictórico. Las esencias, los aceites y las pinceladas aparecen vivas y esporádicas por todos los lados imperceptibles. El cálido antaño y el presente álgido, con todos sus desfiguraciones y placeres; ambos tienen matices, tienen la paleta del pintor que cuenta y que sangra. Se siente abrumado, lleno de errores y , sin embargo, Luc parece estar hecho a la medida de sus sentidos, de esa mirada audaz para seguir el sutil hilo de las observaciones agudas. Incluso, en ocasiones, semeja un voyeurismo errante. Desea levantarse y perder su historia y su realidad. Solo dos personas enfrentadas a sus propias contradicciones, virtudes y miserias
Depende solo de uno el dejar de sufrir, pensó. Se agradece algo de sinceridad y realismo de vez en cuando, sufrió. La pareja idílica en caída libre que respira sin verdad, soñó.  A sus vidas, vivió.


miércoles, 10 de octubre de 2012

Kurosawa amour


Había un ciclo de Kurosawa en la Lugones. Aparece ella, con un kimono ceñido a su frágil estructura. Sus movimientos languidos se apagan con la brisa. Aparece él, con el rostro demacrado y en el fondo del paladar un profundo sabor a sangre oscura. Recuerdo con precisión de deleite el aroma al arroz cocido y té de jazmín. Recuerdo como lentas diapositivas nuestro primer beso y el fin sobreimpreso en la pantalla.