sábado, 28 de agosto de 2010

Leer más lento


Dentro de él la hemorragia no tenía fin. La sangre se agolpaba torpe y efervescente. Empezaba a explorar la verdadera muerte apagándose lejos. La carne quemaba. La mente no descansaba. La carne quemaba y la mente no descansaba.


El corazón reía vaya uno a saber porqué. El dolor se intensificaba con simples movimientos de una respiración fatigada. Cerró los ojos en cámara lenta. Sus pestañas eran diminutas, pero mantenían el color de la juventud. Le molestaba el incesante flash de la cámara de fotos (era digital). La gente se amontonaba recubierta de morbo y felices de no ser ese.


Él era un señor más mayor de lo que uno podía pensar. No podía entrar en razón. Su maletín estaba cercano al cuerpo inerte. Los billetes teñidos de un rojo intenso. Su sangre. Su última verdad.


Y el final es poco sorpresivo. Sabíamos que no tendría nunca más nada. Utópicamente, ahora era la hora en donde la tecnología avanzaba y él lentamente (leer más lento) retrocedía para alcanzar a la muerte que caminaba lenta y con la mirada baja.