martes, 24 de noviembre de 2009

El hombre breve


Afuera en el frío llovía de forma copiosa. La tierra de las macetas rebalsaba como café viejo. Se quedó mirando por la ventana la desértica intemperie. Su mirada estaba totalmente perdida. Con su dedo índice seguía las gotas que nacían en el dintel y morían o se ensanchaban luego de una trayectoria corta. Nunca había sonreído en su vida. Era pulcro en su aspecto, elegante en su vestimenta y triste.
Clara (su gata) había desaparecido días atrás. No podía dar con exactitud la cantidad de días en los que la gata no se encontraba en la casa. Su cuenco con alimento balanceado estaba intacto. Una foto sería lo mismo. Siempre pensó que la fotografía se asemejaba a la sensación de matar. Es detener el tiempo, mantener quieto el cielo descolorido para la eternidad. Sin prosperidad manipulada. Una nueva foto es una congelación en el espacio. Es hacer eterna una mueca angelical, una luz insipiente, un ruido sordo.
Dejar la mirada sigilosamente suspendida en el aire, no era para él perder el tiempo. En el reverso de las cosas no siempre está la verdad. Un sonido turbulento despertó su lengua a transgredir el silencio abierto. Por el viento se cerró la puerta del lavadero. El riesgo del miedo era inminente en el final. La aparición de la luz artificial tiño las paredes de una vida triste, consecuencia de la soledad. La circulación de la sangre a su edad no era fluida ni natural.
En fin, recordaba que tenía que buscar unas cosas, pero era un recuerdo. Dolía la impresión de fragilidad progresiva que lo iba consumiendo a solo vivir ya en recuerdos que iban modificándose hasta perder toda vicisitud de una emoción pasada.
De repente lo atacó un fuerte sensación de sueño pesado. Se sentó en un sillón deforme y vencido (herencia familiar). Había abstinencia de alimentos calóricos. Había un hedor raro en la cocina. La basura que rebalsaba despedía ese fuerte olor que generaba retortijones entre el vaivén del agotamiento y la resurrección. Los ojos tranquilos se iban cerrando, lentamente. Se quitó los lentes con la comodidad de una costumbre. No podía recordar eso que supuestamente era tan importante. Se frotó las manos como si se acercara a un fueguito pálido. Recién se percataba de que el vidrio de su reloj pulsera estaba estallado. Inútil, ya para él, era rezar porque sobrevivir se sobrevive.
Encendió un cigarrillo rubio, le fascinó el color que tomó al prenderlo y los dibujos de un humo intrépido. Se fue para el fondo de la casa el sueño. Inspiradísima estaba la noche, desde la medianera, en un instante se asomó Clara. Rápido desapareció en su última hora de cretina vieja.
El hombre pensando en su alma, lloraba, desconsolado. El sudor le chorreaba desde el pelo hasta los ojos vidriosos. No podía renunciar al desapego de aprender a convivir solo. El patio esperaba despoblado, donde los yuyos eran de un verde muy fuerte. Tantas sombras que ni turbadas ni alegres, se desprendían en la superficie fértil. La casa muy vacía. Ya no importaba demasiado la felicidad de saber la hora. ¿Espiritual o atemporal? Perdón, no se acordaba lo que había pensado. No recuerda nada.
Apenas vibra un poco su corazón. Se lo vuelvo a decir y es lo mismo que antes. Con esfuerzo se levanta para ver esa inmensidad añejada que era en donde reposaba sin inquietarse. Donde tácita quedaba la muerte veterana. Se trasladó oponiéndose a la densidad de las sombras vagabundas. La casona con estructuras profundas seguía con un ritmo agridulce.
Le llamó la atención un papel amarillo que brillaba en la mesa del comedor, pausadamente, se acercó a eso que podía ser una locura o deseo. Era un papel pequeño, con una borrosa anotación. No tenía sus lentes y por ende le fue difícil leer lo que decía con su vista tan cansada. Acercaba y alejaba el papel con la intención de hacer foco. Sería feliz cuando lograra ver lo que estaba escrito. Por el trazo fino y alargado interpretó que era algo que el mismo había anotado.
Ahí esta. Vos no te apures, pensaba. Viernes 27 de agosto a las diez y veintitrés. Corría un frío por su cuerpo inesperado, no podía apreciar que significaba esa fecha y ese horario. Después de leer ese papelito, el hombre breve, obstinado, moría un viernes 27 de agosto a las diez y veintidós de la noche.
Un minuto después aparecía Clara, ahora ama y señora a comer su comida con gusto a pescado del jardín japonés y lamer a su amo tieso, que como una fotografía se encontraba cercano a la eternidad. Por suerte, con una mueca de sonrisa en su rostro. El hombre breve murió feliz sin recordar absolutamente nada. Y ahora, clara, no recordaba donde estaba la birome para escribir nuevamente el papel amarrillo en otra casa que la acogía cuando no recordaba el camino a casa.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Primavera verano

El silencio era música en la espera de tu estado. Ya se despedía la niñez. El teléfono había sonado una sola vez entre la oscuridad de estar tranquila. Te sentías alegre con las ventanas abiertas y el placard ordenado. Si estabas feliz sentías un amanecer entre la noche que se iba deshilachando entre azules y grises.
Te moviste hasta la cocina donde el cielo era claro. Abriste la heladera y sacaste un tupper con frutas de estación. Comiste varios gajos de una pequeña mandarina. Saboreaste con vehemencia y sufriste un poco el ácido sutil. No te importó nada el olor que se impregnó en tus manos.
Reposaban tranquilas las ideas. Vivías perdiendo el miedo a las alturas. Estabas en primavera verano. El sol, ahora, se encontraba en lo más alto. Tu estómago se endureció, te picaba la nariz, tu pelo suelto te daba sueño liviano.
Tu vestido blanco, estampado de flores, cayó a la nada. Tus piernas se entumecieron y estabas tan sola sin besos. Entre un hola y adiós dabas vida. Eras mamá.

domingo, 18 de octubre de 2009

Natalia, sus antes

Pero ella sabe que sabe lo que sabe. Fue antes.
¿Antes qué? El tiempo, el viento, el brillo. Siempre supuse que la vida sería mucho más fácil sin pensar. Para mi mismo. Y sin recibir reproches. Para otros. ¿La vida sin pensar, sería vida? Pero ella sabe que sabe lo que sabe. Fue antes.
La búsqueda siempre Natalia, cuando es a fondo, genera un estado salvaje que no perfecciona al ser o estar. O al estar siendo. Mis complicaciones solo se me complican a mí. Antes. Natalia y antes.
Pero ella. Fue antes. De muchas cosas se supone no saber. Pero ella sabe. Fue antes. Como ella, tan triste, hay muchas personas. Comprendo que daría una sutil alegría reconocer que la tristeza es una pizca más de momentos que serán tuyos. Nuestros. Y ahí está. Pero ella sabe que sabe lo que sabe. Fue antes.
Seremos esa hoja que se desprende y viaja desprejuiciada. Sin pesos, esperando un buen final. Pero ella sabe que sabe lo que sabe. Fue antes. Que yo sepa que la muchacha pinta sus uñas de historias es saber como ayer lo que no quise saber ahora, o mañana temprano.
Pero ella sabe que... fue antes. Refresca o recrea fantasías de amores ancestrales o dibuja miradas con disimulo que refleja astucia o traición. (Pero ella sabe que sabe lo que sabe). ¿Fue antes?
Poder contemplar la melancolía que destroza. Los dientes terminando de pudrirse impunes. Pero ella sabe que sabe lo que sabe. Fue antes. Su piel secándose al sol junto a las cascaritas de cítricos (críticos). Fue antes. Los hombros y hombre que se vencen y se vence y esa fatal sexualidad que llora desconsoladamente en la necesidad de amor. Pero ella sabe que sabe lo que sabe. Fue antes. Después, Natalia antes. Pero ella ¿sabe que sabe lo que sabe? Fue antes de que lo supiera.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Natalia, sus inclemencias

Esconderse ya no era tarea tan sencilla, ni volver a empezar. De hecho el hecho de esconderse era ya un síntoma que no la conformaba. Desecho: no le importaba ser ya más una mínima forma de autodestrucción.
Nunca logró sentirse peor que una vaga verdad austera en lo incongruente de un pedazo de su alma aquejada por las inclemencias del tiempo que ajeno, siempre ajeno, es recuerdos de momentos preciados. Aceptando que siempre las tormentas pasajeras sin equipaje entre las manos de Natalia complican las cosas.
Y así y todo lo volvía a hacer. Lo volvía a arder. Lo volvía a haber. A repetirse, incalculablemente, en formas disímiles pero con un mismo fondo de ojos. Con la misma lágrima que bordeaba el mismo surco rozagante. Qué tranquila que me quedo cuando el corazón está latiendo siempre en el mismo lugar. Y que el miedo no llega tan rápido ahora también es un descanso activo. Y si sentís que las cosas están mal es lógico porque el pensamiento negro es así. Reposo absoluto. Bolsa de dormir para relajar las alas.
Sabés Natalia que cantar te hace bien con la casa vacía y la almohada volviéndose humedad por la presión de la boca que se mueve despareja sobre la vieja funda. Que reír tímidamente es un mecanismo de defensa a la defensa de ser feliz con las defensas bajas.
Que pensabas en tomar mate pero desistís cuando sabés que el hervor va a romper el silencio opaco de la cocina a oscuras y esperás a la pava que reclame a gritos calvos de agudos inimaginables porque el fuego se termine, porque la quemadura de primer grado será de segundo, porque te aturdís. Té con limón sin semillas, por favor. Edulcorante aunque sé que los orientales no agregan aditivos dulces a infusiones. Soy solo china cuando me despierta un niño lloriqueando en el medio de la siesta sagrada.
Y el cielo es verdad que te mira, me mira, nos desea y siente que con llorar un poco lo miramos a él. Y que la luna llena es tu estado de magia fugaz en consecuencia a que la noche es tu estado de pureza absoluta. Y que el sol es el guiño que necesitás para abrir los brazos lo más amplio posible para así salir a caminar en la mañana de fuego. Y que las nubes son tus espejos en déjà vu. Y que ahora que encontré el camino a casa es difícil pensar que las flores se marchitaran. Y el no dejar correr el agua también te lo entiendo.
Porque tu nobleza es tan noble que repentinamente lográs que la gente a tu alrededor se convierta en las palomas que rodean la fuente de tu agua maligna por tan bella. Son un imán mojado. Son inclemencias.

viernes, 24 de julio de 2009

No alcanza


Me pasaba
tardes atando cabos
pero un cabo
segundo quedaba
suelto y solo
hasta que lo até
aquí
reja electrificada
con púas ansiosas
igual que ayer
y su soledad lo apretaba
más
hasta asfixiar

noche con luna gris
y yo estaba aquí
no estaba
tu humo corría
el río manso
un mundo caía de envidia
mi amor
no se va a vencer
intento cambiar
pensamientos sucios se irán
a pesar de que te alejes, corras o evadas
lo que te dí
no alcanza

miércoles, 17 de junio de 2009

jueves, 4 de junio de 2009

Libertarianos.


Voy a aprender a jugar quieto

a no desaparecer cuando quiero

a estar a tu lado sin hablarte enserio

tocarte el pelo como el viento eterno

interceptar esos besos del desvelo

y tu sol que no oscurece ya el negro




flotan tus ojos en la noche aparente

nubes livianas sin forma silvan

tenues algunos dioses se pierden

tus telarañas invisibles se enredan

sacare tu armadura sin tu espíritu

y mi pueblo te gobernara amando




nos interpretamos reventados libertarianos

en la infancia despoblada de magía

por un solo hecho de ser después

mi amor se manifiesta tácito

distinto y desprovisto de resabios

y tu inconmensurable resquemor




entrego mi propio punto de vida

te cuento con esfuerzo de sentido

la misma lágrima enjuagada respira

después el estúpido crucifijo de arriba

que no marcará el destino quemado

y sube desconocida la luz medular




tu realidad es fría por pensar

la lengua piensa con miedo caliente

alegría sin delivery de maravillas

perplejo quedo el recuerdo astillado

soy un caso perdido buscando...

¿seremos ayer libertarianos?




martes, 26 de mayo de 2009

Natalia, sus basuras.

Mugre, mucha mugre.
Y corro el mueble y más mugre. Telarañas deshabitadas y tenues con resabios de dolor. Suciedad que se esparce en el entorno cerrado. Partículas de polvo que flotan en el interior de una sombra inmóvil. No se despide a pesar del meta y meta franela. Y más polvo y achis... (menos mal que no hay eco que aturda).
La basura es tu laberinto sin edad ni cielo. Tierra seca que se pega en la piel de Natalia, casi limpia. Sube la fiebre eterna. Tu voz así se apaga, quedando sola y desconocida en el amanecer. Se bloquean tus poros y sácate, la conciencia sucia y estropeada. Anocheció.
Siempre vas a terminar barriendo bajo la alfombra.
Mugre, mucha más mugre.