sábado, 16 de febrero de 2008

Natalia, sus filaterías sobre literatura.

Todos y no permito que no lo asuman, cuando no razonábamos con todas las luces (quedan excepto los que siempre se conciben en la oscuridad) habían ciertas delicatessen rechazadas sin haberlas degustado. No se limiten a solo los comestibles, pero es más sencillo pensarlo en ese aspecto. Etcétera, aceitunas negras, alcachofas, crema moca, remolacha, aceto balsámico o algo más común como por ejemplo. Probar es difícil porque conlleva a rendirse… el que lucha por la paz quiere no pelear hasta que renacieres.
Natalia no se puede decir que sea esquiva a la literatura. Es especial como todo en ella. El primer amor, el más verdadero amor con las letras fue con su abuelo y los cuentos en las siestas. Siempre fantásticos, siempre con princesas que luego caerían reflejadas enfrente del espejo del baño grande.
Luego la literatura que más le gustaba eran los poemas del nene del fondo del aula. Le daba vergüenza, peor era que no pensaran y se esforzaran en escribir algo que pareciera tener una linda rima. Siempre que tenga intención en ella le da felicidad. Mucha.
Entre los años de colegio, el amor como todo en la vida fue decantando. Estaba pensando en otra cosa, perdón. Quise decir cantando. Me refiero a que era una gran lectora de los pequeños libros de los discos de turno. A cantarlos que leyéndolos se los comprende mejor.
Natalia leyó siempre lo que quiso. La biblioteca de papá y abuelos (anti discriminatoria) ayudo bastante. Un mediodía Natalia se decidió a escribir. Harta. Quería que no escribiera más sobre ella. Quería contar la verdad que nunca conoceré. Yo soy mentira. Se le rompió la mina del lápiz. Excusa para delegar sin fin.
Resumiendo, Natalia había leído mucho. Sonetos con estrambote de Petrarca eran los que más le causaban gracia, para románticos prefería a los poemas sinfónicos siempre de carácter descriptivo y la música la verdad la puede, pero la sonoridad cansa y si carece de sentimientos, carece, aparecieron entonces los primeros cuentos, la idea cerrada en un mundo pequeño, a veces un mundo real, pero lo pequeño si es real ya no interesa, lo palpable, lo que se puede conseguir desgana a cualquiera y antes de llegar a la novela, cartas personales de personalidades que están muertas y que publicas y publicadas no son nada, menos verlas en papel no original y allí llego la relegada novela, el mundo grande, muy grande, y con el condimento de mucha psicología y política que no gustaban en ella. La literatura no se puede poner a jugar para conformar a alguien.
Por esto mismo Natalia se decidió a encontrar la oración perfecta. Podía estar incrustada en un soneto, poema, cuento, carta u novela. La buscó en todo lo que tenía a su alcance. Se compraba libros que sabía nunca los iba a leer. Necesitaba saber que por lo menos los tenía. Es de las que no se rinde fácilmente. Fácil perdió mucho tiempo que por lo menos fue ganado en todo lo que leyó. Pregunta: Pero che, ¿Cómo debía ser la oración perfecta?
Oración corta, dos palabras. “Buen día”. Oración larga, más de dos palabras. “Muy buenos días mi querido, mate o café”. Oración con un paréntesis. “Muy buenos días mi querido, (deseaba llorar) mate o café”. Oración con puntos suspensivos. “yo…”.
La oración no aparecía. En realidad luego de tanto trabajar en encontrar la perfecta oración tuvo la revelación que necesitaba. Dormía ya con libreta rosada en la mesa de luz, por las dudas. Las genialidades aparecen sin parecer. Y durmiendo es el más parecer de apariciones. Se despertó. Tal oración es la que todos escribimos por primera vez. La que nunca recordaremos jamás.

lunes, 11 de febrero de 2008

Entre el amor del amor y la muerte.


Al brillo en los ojos de Maria Marta.


Cuando digo la verdad cundo en un tambaleo prolongado. La magia de un rayo verde marihuana que escupió el sol me permitió ver esa verdad obscena. La conclusión es pesada por la alianza que entrelaza a la visión y el futuro idealizado. El suponer de esta historia es simple en su contar pero por el contrario y gracias a Dios difícil de racionalizar.
Imaginemos una pareja. El, segunda mujer y segundo hijo. Ella, primer hombre y primera hija. El, sin primera mujer, muerte en la ruta. El, se salvó por la curva y el hijo de ambos desde luego. Ella, la otra, murió en la cuarta operación. Sin duelo aparece la segunda mujer y tras parto por cesaría la tercera, pero niña. Viendo foto de living, familia tipo. Aunque el viudo con nuevas mujeres y un niño que sin conocer a su verdadera madre, llama de tal forma a la pareja del padre. Lo mismo con su hermanita.
Vajilla imperfecta estrolada por algún rincón en pelea costumbrista. Niños que lloran. Niños encerrados en baños. Música desafiante para frenar o esconder desafinados gritos. Todos los días crisis. El, que se escapa todas las noches. Pensamos en cabaret, aunque son cines o pizzas a la parrilla. Ella, teléfono y amiga incondicional que si o si impone sus condiciones. En la puerta de la esquina la separación. Los bienes no eran imprescindibles si se resolvían de la manera que jamás ocurre. La separación no es la muerte del amor. Por lo contrario la muerte es lo que nosotros creemos esencial al mismo. Lo que se hace bien intencionado complota para que no sea más bien. Malo es el primer beso, la alianza, la boda, la familia, el no afrontar el duelo, la primavera o el día de los enamorados. Todo esto cuando se lo analiza, después, lamentablemente.
Separados y mal. Ni el auto, ni la casa, ni el conejo y menos las fiestas eran preponderantes. Paulatinamente a volver a eso que era vivir. El momento de criar es una pausa en el tiempo. Infinita. Justamente aquí es donde me interesa explayarme. Todos y a partir de nuestros propios juicios buscamos el no padecer. El vivir eternamente y acompañados por el amor. En esta crucial aventura diría por el mal llamado amor verdadero. Ese que no hay que regar, regalar, estructurar, idealizar o simplemente enamorar.
Maria Marta pudo haber sido mi todo y no conformarse con una parte banal de mí. Su mirada con ahínco y yo como siempre llego tarde. Pena me ha dado no verte en la soledad del futuro. Por esto he pensado que si no se muriera la conciencia, la mirada, la pasión, la suerte del azar y si muriera aún todo esto y más.

O magnificando y deshaciendo lo dicho anteriormente. Si tuviéramos la utópica facultad de ponerle pausa a lo mal conocido como muerte, creo y mi convicción prevalece con dedicación que se moriría el amor. Repito, si la muerte se decidiera a morir mataría al amor y viviríamos solos esperando el resurgir de la despreciada muerte.
Entre cenizas apagadas por la codicia del mundo ajeno, intentare fabricarme y reinstalarme entre el amor del amor y la muerte.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Natalia, sus preposiciones.

Natalia siempre tiene ante cualquier situación la práctica de pensar en dos variantes. Para variar no son muy geniales, mucho menos elaboradas. O mate lavado o piazza a la piedra. O zoológico del Luján o Planetario de día. O bicicleta sin rueditas o caminata en hojotas. O talco floral o harina integral. O mamadera limpia o bombilla de aluminio. O figuritas repetidas o identidades equivocas. O programa de radio o programa de teatro. Aquí Natalia me suscitó que les informara que este texto puede ser leido de corrido, cuidado con los baches o baldes de la baldosa. O en forma zigzagueante. Las segundas variantes nunca se entieden. Elaborar la suya propia. Aconsejo uno y tres, dos y cuatro. Par e impar, par e impar. De cualquier forma algo leeran. También lo pueden enfrentar a un espejo y leer desde el fin todo para atrás.
A Natalia. Ante todo. Bajo sospecha. Cabe pensar. Con hidalguía. Contra intentos. De externos. Desde novedosos. En interrogativos. Entre filosóficos. Hacia rimbombantes. Hasta mediocres. Para desinteresados. Por principiantes. Según acontecieron. Sin sobresaltos. Sobre invariables. Tras continuar. Durante añares. Mediante reproches.

lunes, 4 de febrero de 2008

Retrato de un niño en plaza Francia.

Paleta de colores. Algunos ya secos, otros en proceso a serlo. A no ser más, diría. Amarillos, verdosos, azulados, tierras, y los perdidos colorado y negro.

En plaza Francia me senté en un banco oxidado. Hay árboles hermosos. Pasajes impecables y el contraste de vagabundos y viejas cogotudas de pintorescas capelinas y perfumes tan concentrados que persistían en el aire estancado de cuadras anteriores. Superando el hedor rancio de los mismos vagabundos, del excremento de los perros y de los cestos abrumados que rebalsan en contenido.

Las palomas son odiadas por mí, hasta que un imperfecto niño les arroja maíz. Alas plateadas filosas, cabezas de esmeralda tiesas, picos con musgos secos y patas con formato de ciempiés se tornan amables, tal vez (me cuesta decirlo) amigables.

El niño se pone contento con el impacto del maíz en la baldosa gris. El comer de las palomas o la observación previa le es indiferente. Congele en mi retina al nene con su bolsita de maíz, sus alpargatas negras, su enterito azul petróleo y la remera color ocre. El sol radiante lo teñía de brillantina.

Un viejo perro blanco que por su aspecto no dudo que era de la calle paseaba desparejo al alcance de mi vista. Del pasto soleado hasta el pie de un gran árbol que en su alcance esparcía sombra reparadora. El viejo perro blanco parecía que de reojo espiaba al niño, como yo. Como yo los miraba a los dos.

Repentinamente decidí pintar en ese momento, algo en mi interior me lo indicaba. La luz todavía me acompañaba agradable. No tenía todos mis elementos. Lamente no tener retardador para los acrílicos. El viento me jugaría una mala pasada. A mano alzada comencé el retrato.

Raro. Me había gustado mucho como había quedado, más aún la luz clara que jugaba con su cara, su pelo y sus ojos. En un arrebato de caradurez pensé en mostrarle al niño el retrato. Si lo quería se lo regalaba.

El viejo perro blanco que lo había dejado de lado, tosco, casi a los tumbos se acercó a mí. Pobrecito tenía un ojo con cataratas, me dio pena. Pero lo llevaba bien. Le di unas galletas y volvió a la sombra. Acurrucado descansaba de la vida asumiendo sus limitaciones.

El niño apretando el extremo de la bolsa empezó a agitarla. El ruido atrae. Era la hora de darle el retrato. Me acerqué elaborando argumentos por si el niño era desconfiado. Lo saludé cordialmente, le comente mi temor a las palomas y le mostré el retrato.

Como resurgiendo del cansancio el viejo perro blanco se aproximo ladrando. El niño escapó. Avergonzado por la mirada de los demás. El colectivo no logro detener la marcha y el niño ciego murió en el acto. Varios días después supe que el viejo perro blanco murió solo de tristeza.

Al pintor nunca más se lo vio en plaza Francia. Ahora está retomando la pintura. La fobia a las palomas se magnificó. Ya no puede mirar a los ojos. Repite muertas naturalezas. Un viejo perro blanco. Y un niño vendado rodeado de palomas.