viernes, 4 de noviembre de 2011

Fragmentos

I

Abandonó la esperanza con una rabia suicida, con respeto amplio y frío de pares. Y aquí hay una especie de felicidad. Incluso nadie puede negar la facilidad y precisión con la que logra sobrevivir a complejas mentiras y a la austeridad lasciva que coincide, muchas veces, con la admiración anónima e imprudente. Es entonces cuando la ambición nace implacable en una inteligencia bruta. Caigo al suelo, mis manos petrificadas y llenas de interrogantes sencillos y dolor (no debería adular, en exceso) que corazón merecía. Se formulará un adiós hipócrita (ausencia del ser supremo) como saludo de llegada y sospecho implícitamente que la enfermedad (farsa) será un imprevisto desconsuelo rebajado por un conjunto de desesperanzas difíciles. Hay por estos pagos un rito del prólogo con forma de escalera caracol que retuerce entrañas crudas. Confieso: escondido y cauteloso que el aroma a humedad cuando me dabas amor se necesita. Ahora bajo luz de luciérnagas derramas sangre en silencio, pisando insectos al son de un llanto desmemoriado. La brisa ayudará a trepar al sol la pendiente. Tendré que verlo (sorprende mi bravura). Debo soñar todas las madrugadas.



II

Muestra una resolución indudable que se vuelve ajena, invadido de sentimientos que no podré expresar por simple vergüenza y miedo. Tiempo. Es tiempo poco claro entre preguntas y respuestas (infinito binomio). Veo una opacidad, gris, en mí ser pero no me asusta. Si no creyera en mí. Lentamente a gran velocidad mis pensamientos llenos de pecados, de acciones lamentables por ser tibias, de hediondos juicios sin fe. Indiferente llamado de verdad. Espero el almuerzo sazonado de desconsuelo. La trampa está abierta, tan simple como eso, como un mándala sin color. Como una palabra que se clava en la yugular y la reflexión, un desatino a contratiempo que pide a gritos tartamudos un castigo sin pasión. ¿Matar al prójimo y su mujer fiel? Tonteras que revela un cerebro confuso y tenso. En el fondo, siempre, en el fondo, las almas desconocidas. Creo que adoramos el dolor y las circunstancias que no se entienden. Habrá que darse cuenta que lo mejor es no darse cuenta. Y la falta ansiosa de improvisar destino. Respetar lo misterioso del solemne. Divertirnos (éramos dos caballeros).



III

Contemplaba caras juveniles y me cegó la lluvia (interrupción afable, amistosa, descuidada y caprichosa). Sonrió apenas con los ojos que se abren y nos ven. Supimos fingir y por ende nos respetamos. Más luego nos salvaría un rico: te quiero. Solamente precioso. En resumen aceptamos la mentira y nos amparamos en el silencio que no se nota, introduciendo tarde verdad. El te quiero críptico y sutil. Inmensa sabiduría de muerte que marcha en cielo abierto. Hablaremos después de ausencia y semejantes. Admito la sonrisa dolorosa. No asusta ni te asustes. Nadie sabe quien sos. Ciento de veces pensé la forma, al rato vino otro sueño, atrapado en si mismo y a su vez vulnerable en lo profundo. Cuelgo las ropas blancas nacionalistas. Cuando el niño era niño: envejecida costumbre que une el mito de la humanidad. ¿Rendirse a la calidad de ángel? Momento de salir lúcido al camino en busca de alguien. Ocaso y plenitud de la luz. Somos así de inverosímiles. Catarsis, catarsis en el distanciamiento. Hagan que florezca otra necesidad de aprender a ser imbécil: más maduro y más sensible. Quizás oscuro recuerdo teñido de un hondo sentimiento de culpa por lo que pudo haber pasado.



IV

¿Provocaría la muerte del amor un comienzo auspicioso? Volvemos a pensar y no llegamos a ningún lado. El poeta como mago astuto en un final (formas diferentes de percibir a un ser superior). Función obvia con resquemor en la herida. Noche envejecida por excesos furtivos. Secreta sustancia. Condenado a sucumbir, fatalmente, a prescindir de errores llenos de inteligencia. Es mejor así, pensar de mejor manera, aunque no se me ocurra nada. Esparcí dulzuras de infancia cuando miré por la ventana y me fugué. Nunca tuvimos amor verdadero como melodrama. Fracaso sin consuelo pero compartido. Vuelve renunciando a aquel tiempo. Solo por curiosidad mucho después. Creo astuta tu locura inmunda. Prometió verme y explicar (tímidamente). Confié en los ruegos y besos, previendo la monstruosidad de lo fugaz. Aquellas caras nuevas no serán recuerdos. Sabías la fecha. Para mostrar alguna lágrima busqué miserias de nuestra historia. Ofrecí futuro y perdí dinero. Seremos solitarios hasta recomenzar. Se que volverás. Adulto y sincero: sólo cambio. Es tiempo de abrazar en la tierra de nadie. Lejanía existencial. Dejemos hablar al viento. Te regalo una tumba sin nombre. Nosotros fuimos mejores.




jueves, 13 de octubre de 2011

Desvarios de un pre-adolescente


Llegué tarde a la historia. Había quedado atrás la nouvelle vague (vieja ola) y lo lamenté apenas. La gran farra, la pucha. La crítica ambiciosa es la que menos me importa. Sin fuerza llega un bolero sucio y anacrónico. Quizás eso fuera lo mejor. Con consecuencias trágicas similares a un éxito rotundo. Adiós a un amigo (murió como protagonista de un Western spaghetti no ficticio). No voy a exagerar en suspenso… unos sicarios sicilianos lo cagaron a balazos. Iracundo en la juventud. Un dejo de sabor a miel en la soledad de la rebeldía. Todo comienza los sábados para el comediante. Y sin hijos la vida es más fácil. Me creía marxista y aún nadie me lo supo explicar. Ni por la patria, carajo. ¿Será un accidente lo que da el mensajero del amor? Mis ojos se nublan. Como una naranja. Mecánica autómata. El sistema cae sin peso. En agosto las ballenas blancas se vuelven algodón rústico y semejante al carácter de una fuerte y dura verdad (potencia de ola grandilocuente). Lejos, en el fondo del mar, no hay ruido. Me perdí en tu noche. Como una rata renga. Con mano dura y esmalte color langosta. En Rusia hubo amor. Cae un trueno al costado de la ruta. Tus diamantes serán eternos. Empezó a dar frutos agrios con la premisa para descansar visualmente la memoria olvidadiza. Padecía templado. Generación degenerada. Luego canal. Y por fin (Dios) cenizas y diamantes. Nos perdimos en un bosque de abedules. Por la década del setenta. Viejos años. Había muerto hacía poco el hombre de mármol (un héroe). Había nacido hacía mucho el hombre de hierro (un rufián). Vidas en paralelo. Condenados al ostracismo. Fuimos prohibidos a finalizar. Existía un pacto de no agresión. El alcohol provocaba olvidos sobre dicha cuestión. Faltó concluir Polonia. Luego el resto de Europa. Insolvencia cultural: catástrofe. Claramente incluyen de forma inofensiva pormenores mayores. Las voces se esfuerzan si se disponen a callar. Ni reclamar un cheque (debo aprender a endosarlo) dejará de obligarte a ejecutar tu burgués afeminado en un interior seguro. No desconfiamos de usted. Nos conozcamos mucho o poquito. No sabemos que va a pasar. Tiempo de ensayo. Interesado en algo raro como romper esquemas a cambio de utilidad violenta. Yo estaba en la cocina de Picasso. Gran estímulo a su manera. Espero llegar al tiempo sin apuros y pocas canas. Las rubias me excitan pero no puedo dejar de pensar que son artificiales. Igual que bacanal placer. Empieza la foniatría. Los curas intentan ocultar el racismo que llevan dentro de la sotana negrita. En el Cairo tiraban vehículos blindados sobre la gente pura y pecadora (transeúntes olvidadizos o turistas americanos con cámara Nikon colgando del pescuezo). No puedo evitar hacer fotocopias. Evidentemente hay maneras de vivir con el monstruo y seguir adelante. Hagamos un adulterio casi promiscuo. No compongo un humilde trovador. Soy caótico. Y el rostro que impacta: cada vez es menos. Diabólicamente inspirador. Nace una nueva ola.







viernes, 27 de mayo de 2011

Actuar para vivir


El conejo Saldívar ingresaba al juzgado con la cabeza gacha. Incluso sus orejas. Lo sentaban al lado de su defensor. Nunca alzaba su mirada cuando lo nombraban. Pasaban numerosos testigos del hecho. Todos exponían con solvente oratoria. El conejo Saldívar se mantenía lo más quieto posible. El fallo fue categórico. Los tres jueces no dieron muchas vueltas. Quinientos años de cárcel por comer la zanahoria. El director pegó un grito seco y cortante. Los actores aplaudieron a rabiar. Los asistentes se olvidaron de quitarle las esposas al conejo Saldívar, quien dejo la actuación y se dedicó a criar conejos.


martes, 17 de mayo de 2011

Natalia, sus corpiños

Que bien que baila. Esa música Forró. Che, no es un chiste, ni un insulto, ni una vulgaridad poco preservada, es una danza brasilera. Levanta hasta los vivos que se están muriendo, con esa alegría que se respira en Brasilia y en su mundo privado de privacidad.

Natalia baila bien, cuando se anima a bailar bien. Cuando su alma se desprende del cuerpo tenso y así, relajada, lenta, prohibida, aflora la pasión por la música y la ductilidad para mover los pies tan veloz que uno piensa o que no los posee o que se quebrará. Que se pierden en el sueño que va perdiendo luz. Que las rodillas no dividen sino que juntan. Su espontaneidad la hacen asemejarse a un cuerpo laxo y arropado en una melancolía de milonga que siempre le da un toque de distinción requerida en vano pero lamento informar que la señorita Natalia no da clases particulares ni tiene intención alguna de hacer fácil el trabajo interior de quien quiera bailar.

Si la observan con atención Natalia presiona fuerte los dientes (postura similar a cuando se intenta abrir un sobrecito de mostaza) y su cabello baila al compás (sí está lacio o lo quemó con una plancha de hierro, el rulo siempre hace jugar malas pasadas a las jóvenes). Su vestido se levanta como una flor vencida por la gravedad grave de un instrumento que desentona pero bien. Y Marilyn refunfunea por plagio pero al final sonríe como mera costumbre. Arriba es la única diva de veras.

Las palmas chocan en un golpe seco y repetido por la inercia del espectáculo que no ha sido ensayado con solvencia. Pero nadie lo nota. Los tobillos quedan rojos, las uñas de los pies se aflojan, pierden o dejan esa postura contraída por la inteligente decisión de preservación (siempre hay un piringuindin que te pisa los garfios y ahí aléjate de Natalia porque te aplaudirá la cara).

La noche de anoche fue un día más. Amanecía en un baño con espuma. Antes de mecerse en la tina infinita de finales lastimosos: se detenía. Reía apenas con su boquita color carmín y restos de desamor acumulados en la comisura. Se quitaba el collar de perlas, las pestañas postizas, el tampón y claro la cabeza. No literalmente sino como una maldición teatral. Al principio entre miedos y valentías... y cansancio por la contradicción antecesora... llegaba lo peor, pero lo nuevo se vuelve viejo en un cerrar de ojos provocado por el agua pasada de una tina sucia y revuelta.

Ella soñaba que estaba en el escenario siempre, que la gente se ponía de pie cuando le caía esa lagrima de amor y a la salida del baño incesantes fotógrafos que se sonrojaban porque claro... aparecía la diva. La terrenal. La que quemaba rencores con besos fogosos. La de la piel chamuscada de dedos esponjosos de humedad. La que no quería competir y compartir chismes. La loca linda a la que los analistas le huyen. Y ahora aplausos, más aplausos (por favor), seguían bien los aplausos desincronizados ya en el final. Las luces que ciegan un lascivo recuerdo venerado en un campo que no concentra huesos frágiles y mal olientes. Y ella que salía ahora vestida así nomás por un nuevo corpiño. Se lo olvidó cuando soñaba y el agua lo hizo agua.

martes, 22 de marzo de 2011

Gran angular y fondo de ojo

te miro con un gran angular entre la luz, otoño

tus pies dañados ya no están sobre la tierra ni el mar,que

las miradas en la nada de todos no son iguales, quema

se rompen las tinieblas de la vanguardia, en melancolía

los cambios de historia aparecen, ojo de pez

en el final llegará la rendición de la belleza, muy poco ves