domingo, 5 de agosto de 2007

Natalia, sus julepes.

Si sueno machista, es problema de quien me lee. Las mujeres por lo general se asustan de casi todo, y por ende gritan. Si sueno feminista, es para quedar bien con las mujeres que me están leyendo. Los hombres por lo general se asustan cuando gritan fuerte y sacan una criatura de su vientre. Más porque no habían tenido un contacto de tono intimista y no interpretan que fueron vulgarmente burros.
Natalia es una mujer de armas dejar. Es decir, Natalia no sale a la calle, pide un café en un bar, agradece al mozo, espera que se aleje un poco, cruje sus dientes y aplaude dos veces para llamar la atención del mozo que se aleja con la bandeja como con una rueda de auxilio. Éste se acerca sonrojado pensando algo pornográfico y ésta le pide que traiga otro café porque esta frío. Jamás haría eso. Y no porque no deba, si te traen un café frío no lo aceptes. Es como aceptar una tortilla española con pedazos de estropajo o sopa condimentada con jabón en polvo.
Natalia no hace su reclamo justo por temor a que el mozo piense mal de ella. Así se queda sin tomar su coffe… sus malditos pudores. Cuando anden por bares y vean en las mesas pocillos de agua marrón sin movimiento y sin huellas de labios que hayan besado el borde de contención, fue por miedo a ser mal atendido en otra oportunidad o temor a que el nuevo café, (va a venir más caliente que lo convencional), tenga una sustancia insípida que traerá retorcijones fuleros.
Natalia tiene una pequeña libreta de color rosado, lo único que tiene rosado. El color que detesta. En la libreta, además de anotar fechas de cumpleaños y teléfonos que no le interesan, transcribe pesadillas. Una ayuda memoria que ahora llaman fósfo o vita. Dejando de lado las bromas pesadas de su amigo el obeso, como por ejemplo ranas de plástico en dormir de bolsas y más frecuentemente interrumpía la electricidad haciendo saltar los tapones para dejarla turbia. Hay un par de páginas impares. Realmente destacadas por sobre las demás, un poco obvio. La letra se muestra más grande que el resto y además se encuentran como remarcadas en sus trazos varias veces, más obvio.
Allí hay un solo fin que se puede sacar a grandes rasgos, miedo a la vejez.
En la pesadilla que se puede leer decía… Yo de niña salía con pequeños brincos de mi habitación para ir a jugar a la plaza con las nenas a la manzana en la hora de la siesta. Con mi elástico en las manos esperaba sentada en el descanso de mármol de la puerta de casa. El sol era agobiante en el verano argentino. La brisa de entonces parecía que venía de la ventana del infierno, la tierra que revoloteaba se pegaba a los poros de mi piel y me producía fiebre. Yo sedienta de algo fresco, entré por el camino anterior para tomar un vaso con líquido. Al volver de la cocina a la puerta, precisamente en el zaguán encontré una carta. Brillaba en el cemento dejándome ciega por instantes. “Es una mala pero que linda costumbre robar correspondencia, aunque no la robe, si el cartero no sabe leer la numeración no es mi problema”, se dijo divertido su cerebro sin exteriorizarlo. La casualidad había generado que no estuviera presente en el momento que el cartero dejara la carta. Me senté en el mármol de espera, que para mi fría alegría, parecía congelado. No pudiendo fingir su ingenuidad, miró el celeste pastel de arriba y agradeció no haber estado un ratito atrás apretujando el sobre con dedos emocionados entre su falda. Mis manos menos emocionadas se estiraron para agarrar el elástico que había quedado en mi sombra. Mi paso siguiente fue leer lo escrito. Mientras ella lee, yo les cuento que la carta estaba dirigida por una amiga de Natalia a otra amiga de la anterior nombrada. Una de ellas era la que iría a jugar a la plaza, la otra no podía salir por su baja presión por altura desmesurada. Sus aceitunas en la lectura se hicieron carozos de durazno con pupila con forma de interrogación.
La carta se titulaba: “Las pesadillas de nuestra amiga Natalia me tienen totalmente saturada porque no le encontré todavía un sentido a sus dichos y realmente exaspera que me las comente y sólo me habla de eso y no se su primo que me fascina, para mí que me tiene celos y no me quiere hacer gancho, ya me voy a vengar, ¿Vos me ayudas? Espero tu respuesta”. La emisora no había asistido a la clase de títulos cortos para cartas envenenadas de malos dichos. Una pena.
Mi psiquiatra recibido, (el no recibido es mi espejo, oyente de penas), me dio una clase del tema y su explicación fue contundente y reveladora. Para él las pesadillas son preocupaciones intensas y continuas. Es decir, los sueños son sueños y por eso aparecen desordenados y uno lo interpreta como quiere o conviene. La pesadilla es la pesadilla. Y ésta la sabes de principio a fin. No le agregas nada, no le sacas nada, solo pesa. Allí ella, Natalia, se veía vieja, sola, aburrida de vivir por no tener motivos. No se si les pasa pero uno siempre exagera, inventa o deforma la versión que soñó en un sueño y no el de una pesadilla.
Luego me veía desde la última fila del cine en la pantalla. Mi nacimiento, mi cuerpo violeta, el beso de papá en la frente de mi mami cuando me alzó la enfermera, un pedacito de mi cordón umbilical tirado al tacho, mi primer pesaje, mi primer llanto, mi primer diente, mi primer estornudo, la primera vez que use la pelela, mi bautismo, mis primeras Navidades, mi primer helado. Todo lo que no recordaba de mi infancia. Y así de un salto fugaz me vi egresar del secundario con el pelo espolvoreado de harina y chorreado de mostaza. Y pausa. Cambio de capitulo. Pantalla en negro. La imagen que apareció me dejo atónita. Yo estaba dentro del cuerpo de mi amiga que no me quería y que le mandaba cartas a mi otra amiga que me quería un poco. Desde el cuerpo ajeno apreciaba sin aprecio el entierro de Natalia, su entierro. Mejor dicho de su cuerpo, el alma es la persona. Me di cuenta que la vejez es la consagración del espíritu. Superándolo volví a mi y festejando mi cumpleaños, volviendo a la vida en la pesadilla y manteniéndola en un plano te tinte metafísico. Fue una terrible tragedia dentro de la victoria.
El despertador limpió la cera de su tímpano crepitando el descanso. Como un ovni voló hasta la flor que ríe con agua tibia de lluvia purificadora, todo para ir aceptable a su trabajo. Secándose el pelo y cepillando el alma, achinaba sus ojos pensando en la pesadilla. Sonrió tranquila, estaba nublado en el otoño.
Natalia vive hoy en día corriendo a su niñez, caminando serena su presente con algún buen tropezón y esquivando con un salto sin paracaídas a la muerte de la vejez en soledad.

5 comentarios:

Cintia Fritz dijo...

Estás afilando las asociaciones libres...

MM dijo...

El miedo que todos tenemos, quedarnos solos. Es más complicado aún cuando el miedo a quedarnos solos se complementa, o mejor dicho, se adiciona al miedo a que te lastimen. Esta es mi pesadilla diaria.

Gonzalo dijo...

quien sera natalia, pregunto...

cock-a-roach.blogspot.com

mi nuevo blog... y definitivo

Luc dijo...

Escribís muy bien che....
Buena onda!

Flor dijo...

ah! estos episodios de Natalia, me gustan mucho:

" Cuando anden por bares y vean en las mesas pocillos de agua marrón sin movimiento y sin huellas de labios que hayan besado el borde de contención, fue por miedo a ser mal atendido en otra oportunidad o temor a que el nuevo café,"

Eso es tan bueno, y que decir del cafe y los bares... es un espacio tan significativo,tan inspirador... debo decir que este es mi favorito...

Saludos!