jueves, 25 de octubre de 2012

El viejo

Abrió lentamente sus ojos y posó su vista, desentendido, en el cielo raso descascarado por la humedad. El último sol había tendido un sueño profundo en todos los habitantes. Todos quisieron evitar el encuentro, algunos no lo lograron; las cenizas se suspendían en el aire pálido. Llegó. El viejo estaba cansado, un día después encendió un cigarro a escondidas y recordó la última mirada de su padre y el choque violento. 

Sus pensamientos dulces y atormentados. Aunque no lo quisieran se merecía en el final (omitiendo errores menores) amor. No lo supo, pero la crueldad siguió luego. A pesar del aire bullicioso, el alma del viejo observaba preocupado al jardinero que golpeaba sus manos hasta el cansancio, intentando destruir la rigidez de la tierra y lograr plantar unas pequeñas semillas de amapola o un cadáver anciano.

En el último viaje, en cambio, el viejo apareció con un hombre desconocido en el pueblo. No hablaba ningún idioma y su mirada asustada recorría lentamente el lugar.  Desde ese entonces, cuando el viejo salía por unos tragos o recorría a pie los prados rodeado de animales silvestres y se le preguntaba por el hombre desconocido el con un sutil desgarro al hablar (el color de su voz se apagaba) expresaba que era  "el Silencio".

Era una  verdad indiscutible y así en esa pronunciación escueta se lo describía de la forma más perfecta. Era un tipo flaco, alto y oscuro. Tenía la mandíbula como punta de flecha, así de lisa, filosa, incierta y hosca. Sus dedos eran alambres. En las noches profundas su cara se asemejaba a un lobo salvaje de los países nórdicos.

La casa se inundaba. Se iban varios, cada tanto o cada tan poco a veces.  Al principio (entre apuros) aquel rumor podía parecer entretenido, pero de forma subterránea había algo distinto, algo fuerte como una tristeza tal vez. Comenzaba despacio hasta apoderarse del viejo por entero. La desconfianza se afianzaba más rápido que lo habitual. Era capaz de pasarse horas así, mirando a la nada y pensando en todo. Al fin del día quedaba tumbado sobre el piso, empapado de sudor, y se dormía allí mismo. El hombre desconocido se acercaba sigilosamente, apoyaba el revolver en el suelo de forma tal que no implicara ruido sobre la madera y le echaba encima una manta descolorida y lo observaba hasta que también se hacía en él carne el sueño.

No duró mucho esa vida porque con el viejo no había cosa que durase demasiado, lamentablemente. Los instantes de sucumbir fueron siendo menos esporádicos. Por un momento parecía que había sido solo un mal tiempo, pero no. La última semana fue todo un dolor. El hombre desconocido nunca existió. Antes era un tiempo de nitidez y ahora el reloj corre a toda marcha. Nunca estuvo ni nunca estará. El viejo esperaba ver las nubes en el jardín del asilo. De más está decir que lo recuerdo como si fuera hoy. Creo que hoy vienen visitas. El perro vio una mosca verde e intentó morderla. El viejo con esfuerzo lo sujeto del collar y le acaricio la cabeza. Lo tranquilizaba y se tranquilizó.
 




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